domingo, 4 de abril de 2010

"La semana mayor"


Ésta semana (ya ida), el mundo católico recordó con procesiones y otras manifestaciones de 'fe' la muerte de Jesús, y una vez más las calles del centro de Quito se atestaron de personas que marcharon siguiendo una estatua del Nazareno en su etapa de martirio.
la verdad, éste tipo de manifestaciones, que rayan en lo folklórico, son oportunidad apetecida por turistas extranjeros, o, al menos, no hispanos, para observar esta muy curiosa forma de animismo.


Y llega el "Viernes Santo"
Gente disfrazada a la usanza de "cucuruchos", otras "Verónicas", y varios personajes, éstos más, extraídos de los entretenidos evangelios de Juan, Mateo o Lucas.
La página de información turística del municipio de Quito nos entretiene con la descripción de la procesión:

"El diosito ya salió"
Los cucuruchos, las bandas musicales y las Verónicas salen en silencio de la iglesia de San Francisco. Se abren espacio entre la multitud que espera al Jesús del Poder para acompañarlo en su calvario. Es Viernes Santo. La procesión arranca a las 12:00. Son varios kilómetros, un viaje de penitencia, para expiar culpas, arrepentirse de los pecados, cumplir promesas y sacrificios. Hay fieles que cargan inmensas cruces de madera recubiertas de ortiga lacerante y rezan con angustia. Pero no es suficiente: arrastran sus pies descalzos sin importar el pavimento áspero. En la procesión también hay niños, a pesar de no tener el permiso de los padres franciscanos, que pagan por las culpas de los grandes. “El Diosito ya salió”, anuncian las beatas y la peregrinación empieza.


¿Por qué lo hacen?
Interesante narración histórica y justificaciones claras, nos cuentan el porqué de esta costumbre en los ecuatorianos, y particularmente los quiteños; Diario Extra de Guayaquil nos cuenta:

Fue en 1960 cuando se reinstauraron las costumbres católicas en Quito, con el gobierno de Velasco Ibarra, quien promovió la reconciliación del Estado con la Iglesia.
Antes de esta fecha las manifestaciones públicas de fe estaban prohibidas. Dicha decisión fue impuesta en el gobierno de Eloy Alfaro, quien al instaurar el Estado laico dispuso este tipo de restricciones.

Pero esta no fue la única ocasión en que las procesiones estuvieron prohibidas por los gobernantes de turno. Anteriormente en el gobierno de José María Urbina se suprimió toda muestra de devoción religiosa.

Gabriel García Moreno, en su período presidencial de veinte años, volvió a institucionalizar las manifestaciones públicas religiosas.
Durante el gobierno garciano los devotos organizaban sus cofradías y sacaban imágenes religiosas. Volvió a realizarse la procesión del Viernes Santo para recordar todos los momentos de la pasión de Cristo.

Alfonso Ortiz, un estudioso de la Semana Santa colonial, realizó una investigación de cómo nacieron estas manifestaciones. Refiere que la Iglesia Católica en el siglo XVI, preocupada por el crecimiento del protestantismo, veía necesario recuperar a sus seguidores. Por ello en Andalucía y Sevilla (España) empezaron a celebrar la Semana Santa con procesiones.

Estas costumbres fueron traídas desde la “Madre Patria” a las colonias del Nuevo Mundo, donde tuvieron buena acogida entre mestizos e indígenas.

Ortiz dice que las procesiones en Quito son históricas. Este investigador cree que desde el inicio de la ciudad las procesiones fueron parte de sus costumbres en la Semana Mayor.

En 1960 los franciscanos restauran a la Iglesia y además la imagen de Jesús del Gran Poder que hasta entonces estaba en un museo. Ese año se recupera la procesión del Viernes Santo por las calles del Centro Histórico quiteño.

Desde entonces, cada año la imagen de Jesús sangrante, vestido con el hábito franciscano, llevando sobre su hombro la cruz es sacada en su carroza. Miles de católicos siguen el recorrido expiando sus pecados.


Concluyendo

La semana santa, y específicamente la procesión de Viernes santo constituye una de esas tradiciones medievales heredadas de nuestra "madre patria", que se han enraizado tan fuerte en la idiosincracia local, que considerar el hecho de vetarlas, prohibirlas, reducirlas, viene a ser como intentar prohibir el lenguaje castellano, las corridas de toros, o la misma religión. Nos queda tolerar esta forma de expresar la religiosidad de esta gran marea humana, talvez equivocada desde nuestro punto de vista ateísta-agnóstico-pero parte del folklor local.

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